Entraba al Parque La Alameda, en Méjico, absorta y extasiada por la cultura de visitar parques, sin prisa, disfrutando lo que hacen, esa conexión con la misma natura, unas compartiendo, otras leyendo un libro, muchachos jugando con su familia, gente sentadas, recostadas o caminando. Me parecía que había llegado al seno de Abraham.
Entiendáse que yo procedía, de un lugar que hay que correr para el centro comercial, tapones, y en los minutos que quedan después de dos trabajos, para cubrir el costo de vida. Pero una vida de clase media. Si quieres estudiar, ya estamos hablando de perder noches. Siempre hay quienes sacan tiempo para el jolgorio o salir a fiestas.
Pero, me hice el regalo de conocer, junto a un ser querido, a Méjico. Y allí estaba, bajando la revolución del ajoro puertorriqueño. Cuando caminaba, y estoy en un momento viendo unos malabares de un actor del sol, esto es, una exhibición para disfrute y propinas, conozco a un muchacho, que tenía en una cadena, la figura de un personaje que no pude identificar. Le pregunté, después de mediar los saludos, qué era esa pieza de oro que colgaba de su cadena. "Es la Virgen de la Muerte", me dijo con una sonrisa en sus labios, casi para tranquilizar mi reacción de sorpresa. Ella se creó, el día de la cruxificción de Jesús. Te cuida y te proteje. Quieres conocerla? Tengo su figura en mi casa. Todavía estaba algo desconcertada, porque no concebía una virgen con la carita de una calavera y unos vestidos vaporosos. Pero era así, se creó con un propósito y una misión, en los momentos en que fue necesario estar protegidos, según mi nuevo compañero de camino.
Luego, en otro día, fuí con mi compañero de viaje, a cenar a un local, muy grande. Según recuerdo el nombre era Fiesta. Y en la entrada, en una vitrina, se encontrada la Virgen que me presentó el nuevo amigo de La Alameda. La cara era un poco impactante, porque era la que ves ahora en estas modas de calaveras, y los vestidos muy bonitos, muy abundantes. Medía como unos 8 pies de altura. Ya dentro del restaurante, disfrutamos de un espectáculo de folklore mejicano, largo, bien surtido de música, guitarras,canciones y bailes, mientras disfrutábamos de la suculenta y abundante cena.
Volví a La Alameda, en una siguiente ocasión, y me encontré al joven, que me regaló unas pantallas de plata de un vendedor ambulante del Parque. Y también me dijo, Sabes? Le hablé de tí a La Virgen de la Muerte....
Se supone que me alegrara? - Pensé.
--Bien, le contesté, mirándolo atentamente a los ojos.
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